Comentario
En los siglos VIII al XI se produjo la definitiva maduración de la Iglesia ortodoxa griega en torno a la autoridad del patriarca de Constantinopla. Los otros patriarcados orientales reconocidos en el Concilio de Calcedonia del año 451 (Alejandría, Antioquía, Jerusalén), habían perdido importancia después de entrar sus territorios en el dominio islámico, y las relaciones con Roma eran lejanas, aunque todavía frecuentes, al estar situada la ciudad, desde el punto de vista bizantino, en la periferia del mundo civilizado, y el Papa mas atento a lo que ocurría en las nuevas cristiandades occidentales aunque todavía, mientras duró el dominio imperial en el exarcado de Ravena, varios Papas fueron de origen griego o sirio. El episcopado griego reconocía al obispo de Roma un primado de honor pero entendía que las decisiones doctrinales y disciplinarias debían de ser tomadas por los patriarcas conjuntamente o en el concilio general, y nunca abandonó lo esencial de esta postura, incompatible con el auge del primado romano y con su evolución desde la segunda mitad del siglo VIII. Roma, por su parte, no estaba dispuesta a aceptar el predominio imperial cesaropapista a que estaba sujeta la Iglesia ortodoxa: sólo entendiendo estas diversidades profundas de puntos de vista se puede comprender la razón de las grandes querellas que acabaron separando a las dos iglesias, más, incluso, que sus divergencias en algunas definiciones dogmáticas y usos litúrgicos, aunque a través de ellas se manifestaban maneras distintas de entender la religiosidad: uso de lenguas diferentes, calendarios litúrgicos y, en parte, santoral específicos, sensibilidad especial respecto al culto a las imágenes, cánones también diversos -por ejemplo los establecidos en el llamado concilio quinisexto (año 692), que Roma no reconoció por no haber intervenido en él pero que son "una de las bases esenciales del Derecho canónico bizantino" (Ducellier) en cuestiones importantes, tales como el celibato sacerdotal-. De hecho, los últimos concilios llamados ecuménicos, porque estaban presentes en ellos legados del Papa romano, que se celebraron en Oriente fueron los de Nicea en el año 787 y Constantinopla en el 869, este último después de restañarse la ruptura producida por el enfrentamiento entre el patriarca Focio y el papa Nicolás I. En lo sucesivo, la Iglesia griega y las que se crearon a partir de ella se organizaron mediante sus propios concilios o sínodos.